¿De qué especie eran los padres del primer Homo sapiens?
Respondiendo algo que encontré en Yahoo respuestas. Smilodon't es servicio.
Hola,
Te doy la bienvenida a Smilodon’t, un newsletter que, en ocasiones, se pregunta por las zonas grises, es decir, aquello que está por ser, pero todavía no es.
Hace unos días me llegó por correo una actualización del foro Quora (similar a lo que antes era Yahoo respuestas), un sitio en el cual, básicamente, las personas se dedican a hacer preguntas, algunas muy reflexivas y otras un tanto absurdas. La pregunta que me llegó vía mail, de algún humano desvelado un jueves por la noche, era la siguiente: ¿de qué especie eran los padres del primer (o primera) Homo sapiens?
Vamos a dedicar la entrega de hoy a intentar responderla.
Está claro que, al ser la evolución progresiva y avanzar a pasos milenarios, es prácticamente imposible pausar el «video» y decir que «tal o cual» es el primer Homo sapiens. A pesar de ello, se ha identificado a un fósil de 315 mil años de antigüedad en Jebel Irhoud, Marruecos, como el más antiguo representante de nuestra especie.
Por supuesto, la paleontología registra fósiles, y por lo tanto ve lo estático, pero no el movimiento. Dicho de otra forma, lo que encuentra son capturas de pantalla del video y, partiendo de ellas, intenta reconstruirlo. Entendiendo esto, podemos suponer que los padres del primer Homo sapiens, probablemente, fueran (en términos de especie) prácticamente iguales a él o ella, y también sus hijos.
¿Cómo definimos, entonces, la línea divisoria entre una especie y otra?
Si comparamos un chimpancé con un humano, las diferencias saltan a la vista. Ahora bien. Cuando intentamos viajar al pasado y hallar el momento exacto en el cual el ancestro común entre el chimpancé y nosotros comienza a «parecerse más» a nosotros, ese límite, esa diferencia, no está tan clara.
En el museo de La Plata, por ejemplo, hay una representación del cráneo del Sahelanthropus Tchadensis, es decir, el primer chimpancé que comenzó a caminar erguido y a reducir el tamaño de sus dientes caninos y, por lo tanto, antecedió a todos los homínidos y al género Homo. Es, por así decirlo, el eslabón perdido.
Pero no voy a mentirte, querido lector o lectora. Es exactamente igual a un monito. Y para que ese monito comenzara a parecerse al Australopithecus pasaron, al menos, 3 millones de años. La pregunta inicial, por lo tanto, persiste:
¿Cuándo una especie «deja de ser» tal y «comienza a ser» una diferente?
No se trata, empero, de un problema de la evolución, sino nuestro. Los humanos, como bien ha destacado la antropóloga Mary Douglas, estamos obsesionados con clasificar las cosas, y detestamos las anomalías. Algunas sociedades, claro está, tienen mayores dificultades para incorporarlas, como es el caso de la tribu de los Lele, en el Congo africano. Su obsesión con el pangolín es bien conocida, y se debe, principalmente, a la dificultad para clasificarlo. Después de todo, es una especie de oso hormiguero, cubierto de escamas, y que trepa árboles. El inconveniente para encajarlo en algún lugar es comprensible.
En el siglo XVIII, un científico llamado Karl von Linné (o Linneo) intentó solucionar el problema de la diversidad del mundo natural, incluyendo a todos los seres vivos en categorías. Si bien se equivocó en bastantes cosas, su concepto de la «nomenclatura binomial» continúa utilizándose. Es decir, todos los seres vivos pertenecen a un género (por ejemplo, Homo) y a una especie (sapiens). De esta forma, queda claro que el Australopithecus africanus es diferente al A. afarensis, y que el Homo neandertal o el H. denisova son muy distintos al H. sapiens.
Y así el mundo está en orden.
Sin embargo, lamentablemente para Linneo y su TOC, la cosa no es tan sencilla. Cualquier sistema de clasificación tiene grietas.
Está claro que, si yo quiero, por ejemplo, saber en qué momento los monos del Viejo Mundo se «separaron» de los del Nuevo Mundo (es decir, en qué momento su población se dividió en dos, y cada una comenzó a evolucionar independientemente), puedo hacerlo fácilmente. Hace 40 millones de años, en el periodo Eoceno, América del Sur se separó de África y Eurasia, quedando divididos por el Océano Atlántico. Los simios de América se adaptaron a las condiciones locales, desarrollando colas prensiles para agarrarse de las ramas de los árboles. Los de África, por el contrario, se volvieron progresivamente más grandes y jamás desarrollaron cola. Como nosotros provenimos de estos últimos, tampoco la tenemos.
Acá, el momento donde «se deja de ser una cosa» y «se empieza a ser otra» está bastante claro porque, como los monos no saben nadar, ambas poblaciones no volvieron a cruzarse con posterioridad a la división de los continentes. Cada uno por su lado, como dice la frase.
Ahora bien. La realidad es, —que Linneo me disculpe— más complicada. Porque, en líneas generales, cuando dos especies se separan, continúan teniendo compartiendo flujos génicos entre sí.
En una palabra, tienen relaciones. Somos gente grande, no tenemos por qué andar con sinónimos.
Por lo que sabemos, este fue el caso de los representantes más recientes del género Homo: neandertales, denisovanos y nosotros, sapiens. Morfológicamente, eran diferentes. Los denisovanos eran más altos, nosotros tenemos mentón y los demás no, y los neandertales tenían ese torus, o frente prominente, que injustamente les ha generado una reputación de tontos. A pesar de ello, la evidencia genérica ha revelado que entre un 1 y 2% de las poblaciones europeas actuales tiene ADN neandertal, y hasta un 5% de las poblaciones de Oceanía y el sudeste asiático tiene genes denisovanos.
Eso quiere decir que, a pesar de sus diferencias, los tres probablemente tuvieron descendencia común y, por lo tanto, pertenecían a la misma especie biológica. Esto no debe sorprendernos, porque los tres descienden de un antepasado común que probablemente habitó Oriente Medio hace 1 millón de años.
Así pues, la respuesta podría ser que, en la evolución, nunca se deja de ser algo para ser otra cosa, al menos no de forma total ni evidente. Al tiempo que dejábamos de ser ese ancestro común para volvernos Homo sapiens, éramos simultáneamente parte neandertal y denisovano. Más que la foto de una persona eligiendo entre dos o tres caminos que se dividen, la evolución se parece a la típica imagen de las escaleras que se entrecruzan en forma de paradoja.
Ahora, si me disculpan, voy a postear esta respuesta en Quora, para esclarecer las dudas de la persona que escribió el jueves.
Probablemente, después de esto, no quiera preguntar más nada.
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