Las travesías del Alga, el Hielo y la Balsa
La humanidad no tiene nada que envidiarle a Las Crónicas de Narnia.
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El hecho de que Colón no descubrió el continente americano es una cuestión saldada. Conocidas son aquellas teorías que aseguran que Erik el Rojo, un explorador noruego del siglo X, llegó al menos 500 años antes y, por esa razón, se han encontrado monedas vikingas en algunos sitios del continente. Algunas investigaciones incluso sugieren que esa llegada se produjo incluso antes, y que las similitudes de las tan populares cabezas olmecas, con motivos africanos, se explican por migraciones tempranas que aún desconocemos.
Ninguna de estas es, sin embargo, la verdadera llegada, ni el verdadero descubrimiento. Tanto Colón como Erik Thorvaldsson llegaron a un continente que se encontraba habitado hacía miles y miles de años.
Sin embargo, la idea de que América evolucionó en un aislamiento total, por un camino completamente diferente al emprendido por Europa, Asia y África, es también falaz. Esto es porque, hace 20,000 años antes del Presente, América fue poblada por una especie, Homo sapiens, que ya había recorrido parte del mundo, y por lo tanto traía consigo su historia.
Los primeros humanos en llegar a América, empero, sí tenían algo en común con Colón: no eran conscientes de estar arribando a un nuevo continente. De hecho, ellos simplemente caminaban. No eran conscientes de estar llegando a ningún lugar en particular.
Una primera hipótesis acerca de su llegada sostiene que, hace aproximadamente 18,000 años, una población de origen asiático perseguía a sus presas por la fría tundra Siberiana. Los mamuts, toxodones y uros se dirigían rápidamente hacia el este, cruzando hacia lo que hoy conocemos como Alaska a partir de un puente terrestre. Este puente, popularmente llamado «Beringia», había emergido como resultado de la retracción de las aguas entre 24 y 14,000 años. Los humanos perseguían a estos animales, pero, al igual que ellos, desconocían qué había más allá. Lo único que veían era un horizonte eterno. No eran conscientes, por lo tanto, de estar caminando sobre una suerte de isla de hielo emergida.
Ni se enteraron, tampoco, que en un determinado momento llegaron a lo que hoy conocemos como América. En 1932, los norteamericanos hallaron puntas de flecha asociadas a la caza de megamamíferos en un sitio conocido como Clovis, y llegaron a la conclusión de que los humanos-Clovis habían sido los primeros en arribar al continente, hace 11,500 años. El tiempo que pasó entre que salieron de Beringia y llegaron a Nuevo México sería tan extenso porque, supuestamente, toda Norteamérica estaba cubierta por masas de hielo, y sólo desde 13,000 años en adelante se abrió una suerte de corredor libre que, felizmente, desembocaba en Clovis.
Reconstrucción hipotética del corredor beringiano.
En los últimos años, sin embargo, la evidencia ha comenzado a poner este relato en tensión. Son cada vez mayores los indicios de una ocupación más temprana —es decir, pre-Clovis— que, además, ¡no estaría en Norteamérica sino en el extremo sur del continente!
Los yacimientos de Huaca Prieta (Perú, 15,000 años), Monteverde (Chile, 18,000 años) y Arroyo Seco (Argentina, 14,500 años), en los cuales se encontraron herramientas asociadas a la caza de megafauna y, en algunos casos, restos de fogatas y de piedras exóticas, estarían indicando que, quizás, la llegada al continente se produjo por otra ruta, diferente de Beringia. Han aflorado, para el caso, dos hipótesis.
La primera sostiene que, efectivamente, los seres humanos cruzaron en un primer momento por Beringia, pero, en lugar de atravesar Norteamérica, llegaron hasta Perú bordeando la costa del Océano Pacífico, alimentándose de algas y moluscos. Esta ruta podría explicar no sólo la velocidad con la cual los seres humanos llegaron al sur sino, además, la forma en la cual sobrevivieron a esta travesía. Los científicos, debido a ello, han nombrado esta ruta como Autopista del Alga.
Reconstrucción hipotética de la Autopista del Alga.
La segunda patea el tablero completamente, y propone que eliminemos Beringia de la ecuación. Sostiene, para el caso, que los humanos de las islas de melanesia navegaron por el Pacífico utilizando «piraguas de balancín» (una tecnología asociada a los antiguos maoríes) y, arrastrados por corrientes marinas, llegaron a las costas chilenas. Este modelo permitiría explicar algunas similitudes entre los melanesios y los pobladores del sur —particularmente, un tipo de dentición que se conoce como sundadontia— y, además, podría ayudarnos a entender por qué la datación de los yacimientos chilenos y argentinos es tan antigua en comparación a las fechas de los norteamericanos. A esta hipótesis se le ha llamado Ruta del Pacífico Sur, pero a mí me gusta decirle, como aquella canción de Los Gatos, La Balsa.
Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado
Tengo una idea: Es la de irme al lugar que yo más quiera
Me falta algo para ir pues caminando yo no puedo
Construiré una balsa y me iré a naufragar
La dificultad de concebir este viaje se debe a que quienes lo hicieron debieron recorrer más de 3700 kilómetros. Por supuesto, esto no es imposible, tal como demostró el viaje de la balsa Kon-Tiki llevado a cabo por Thor Harendahl en los años 70 —utilizando tecnología maorí— pero es, de igual manera, complicado de imaginar. Además, la datación de la isla de Rapa Nui (con la cual los melanesios deberían haberse cruzado antes de llegar a Chile) es de sólo 1200 años, por lo cual este viaje se vuelve cada vez más improbable.
Reconstrucción del viaje en balsa desde Nueva Guinea hasta Chile.
Sin embargo, hay una tercera hipótesis que todavía no mencioné. La misma intenta explicar una serie de yacimientos ubicados en la costa este norteamericana, como Meadowcroft (19,000 años) y Gault (16,000). En ellos, se han encontrado herramientas de piedra que recuerdan mucho a la industria solutrense, un estilo de tallado propio de España y Francia durante el Paleolítico. Algunos investigadores han sugerido, por lo tanto, que los talladores solutrenses migraron desde Europa hasta América por el Océano Atlántico, bordeando los hielos continentales de Groenlandia que, en aquel momento, se habrían extendido formando una especie de puente. Esta hipótesis se conoce como Travesía del Hielo Atlántico.
Recontrucción hipotética de la Travesía del Hielo Atlántico. Es necesario entender que Groenlandia era aproximadamente tres veces más grande, posibilitando a los humanos bordearla para llegar a la costa este de Norteamérica.
Y no me canso de decirlo, queridos lectores, pero la ciencia avanza. En los últimos años, el análisis genético ha contribuido a aclarar algunas cuestiones.
En primer lugar, se ha descubierto que el ADN de aquellos primeros pobladores no es europeo ni melanésico, por lo cual, las travesías de La Balsa y El Hielo Atlántico parecieran descartadas. Sin embargo, este análisis ha revelado algo desconcertante. Si bien el ADN de esos primeros pobladores es euro-asiático —lo cual confirma, de una forma u otra, que probablemente se tratase de poblaciones siberianas—, contiene una serie de variabilidades genéticas específicas.
Y ahora en castellano.
Aparentemente, al llegar a Beringia, los seres humanos quedaron atrapados durante un tiempo largo, quizás mayor a 15,000 años. Ese tiempo fue tan extenso que le dio el tiempo suficiente al ADN para mutar, transformando a los supervivientes de Beringia en seres humanos genéticamente diferentes de sus antepasados. Durante ese tiempo, los beringianos debieron sobrevivir en la fría tundra esteparia, calentándose con grasa de animal (puesto que esa madera no puede utilizarse para fogatas), y recluyéndose en algunas islas climáticas que habrían mantenido condiciones constantes durante aquel tiempo. Sólo 500 generaciones después, los descendientes de aquellos humanos que llegaron al puente terrestre podrían abandonarlo, cuando las condiciones climáticas liberaron el camino. Esta interpretación, a pesar de todo, continúa siendo una hipótesis.
Los primeros pobladores, podemos suponerlo, provenían de Asia, pero no recordaban nada de aquel continente. El tiempo que pasaron encerrados, probablemente, los transformó. No eran asiáticos, sino beringianos.
Quizás sea esta la razón por la cual, al salir de Beringia, recorrieron el continente con afán exploratorio, llegando al extremo sur en tiempo récord. El mundo, para los beringianos, se había vuelto enorme.
No hay mucho más que decir. Si Netflix quiere que sea el guionista de esta aventura, ya saben donde encontrarme.
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