Hola,
Te doy la bienvenida a Smilodon’t, el único newsletter que, después de quinientos años de oscuridad, resolvió de una vez por todas el enigma de por qué los perros americanos no ladraban.
Conocidas son, para muchos de nosotros, las aventuras y desventuras del enigmático navegante Cristoforo Colombo (o Cristóbal Colón, en la versión castellanizada), quien arribó al continente americano en el año 1492, con la intención de entregarle una carta de Su Majestad al Gran Khan, solicitando su apoyo para asegurar la salvación de la cristiandad occidental. Claro está, el genovés no había llegado a Oriente sino a un continente antes desconocido por los europeos, pero eso ya todos lo sabemos.
De Colón se han destacado, entre otras cosas, sus habilidades para la observación y la descripción. Las imágenes de su primer Diario de viaje, si bien han sido impugnadas debido a su carácter mesiánico, destacan por lo florido de su relato y lo vivo de su representación. El río Orinoco es identificado por el navegante como uno de los cuatro ríos del Jardín del Edén, y las minas de oro de Veragua, como aquellas de las que el rey Salomón había tomado el oro para construir el templo de Jerusalén. El navegante, al fin y al cabo, veía todo a través de la Biblia.
Hace muchos años, una de estas vívidas descripciones me llamó la atención, y hasta el día de hoy no había podido explicarla. Me refiero, claro está, a la mención que Colón hiciera en su primer diario, acerca de unos perros de pequeño tamaño, de aspecto inofensivo y, aparentemente, sin la capacidad de ladrar.
Claro está, podríamos pensar que esta observación formaba parte de uno de sus delirios o bien, siendo un poco más generosos, de sus pequeñas confusiones, como el hecho de que la isla a la que arribó no era Japón sino, lo que hoy conocemos como Bahamas. Sin embargo, también Gonzalo Fernández de Oviedo, el primer cronista de las «indias» recién descubiertas, menciona a estos canes:
Eran todos estos perros, aquí en esta e las otras islas, mudos, e aunque los apeleasen ni los matasen, no sabían ladrar; algunos gañen o gimen bajo cuando les hacen mal (Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las indias).
También Bernabé Cobo, padre jesuita nacido en 1582, llamó la atención sobre el carácter silencioso de estos perros, y lo relacionó con una cuestión particular del clima en América. La cuestión, por lo tanto, excedía los delirios de Colón. Cabe decir, además, que estos perros americanos se extinguieron rápidamente con la llegada de los europeos, por lo cual no podemos afirmar o refutar etnográficamente lo dicho por los cronistas.
Una primera explicación que pude leer acerca de esta curiosidad sería que, así como durante la prehistoria existía un caballo europeo (Equus ferus caballus) y un caballo americano (Hippidon, que significa literalmente caballito, haciendo alusión a su menor tamaño), podría haber existido asimismo un perro europeo y uno americano. De esta manera, mientras que el perro europeo habría evolucionado en conjunto con los seres humanos y, por lo tanto, habría desarrollado el ladrido como una forma de comunicarse con ellos, el perro americano habría evolucionado de forma independiente, encontrándose con los humanos en un punto tardío de la historia. Por esa razón, los perros mencionados por Colón eran mudos.
Esta explicación, sin embargo, no tiene sentido.
¿Cómo explicamos, entonces, las palabras de Bernardo de Vargas, militar, naturalista y veterinario nacido en 1557, quien mencionó que los indígenas temían a los caballos, a los arcabuces, pero sobre todo a los perros, fundamentalmente por sus ladridos? ¿No tendría sentido que su terror tuviese que ver con el hecho de que los perros europeos, a diferencia de los americanos, sí ladraban?
Aun así, insisto, la idea de un perro americano que evolucionó sin el contacto humano no tiene sentido. Después de todo, el perro (Canis lupus familiaris), al igual que otros animales domésticos, evolucionó de la forma que lo hizo, justamente, por el contacto con los humanos.
En un determinado momento del periodo Paleolítico (se discute si fue hace cuarenta, veinte o quince mil años) los humanos comenzaron a relacionarse con un animal salvaje, bastante similar al lobo. Ya fuera por interés en utilizarlos como animales de caza, de exploración o sencillamente como compañía, los humanos seleccionaron a aquellos «lobos» que tenían rasgos más afables, aniñados o, en resumidas cuentas, más dóciles para con ellos. Por supuesto, este proceso no fue unilateral, y los propios animales también tuvieron su parte en ello. Después de todo, fueron ellos los que eligieron aceptar la compañía de los humanos, quizás por entender que en alianza con esos simios de escaso pelaje era más simple obtener alimentos. Sin embargo, el fin de la historia es ampliamente conocido. La selección de las especies animales con rasgos más dóciles llevó a modificaciones genéticas, y progresivamente los feroces lobos fueron tomando la forma que conocemos hoy. Este proceso se llama neotenia y, en términos simples, implica una regresión de una determinada especie a sus caracteres juveniles, algo que ocurre con la mayoría de los animales domésticos, y la razón de ello es que éstos son preferidos y seleccionados por los humanos. Dicho mal y pronto, los perros adultos se parecen un poco a los lobos bebés, y los gatos adultos, a los tigres bebés.
Más allá de esta digresión, lo importante es que los perros son como son, justamente, por el contacto con los humanos. Por lo tanto, la hipótesis de unos perros americanos sin contacto humano no tiene sentido. Además, la evidencia genética respalda el hecho de que los perros americanos se separaron de sus antepasados asiáticos hace aproximadamente quince mil años, lo cual coincide con el cruce de los humanos por Beringia. En otras palabras, los perros llegaron al continente americano en compañía de humanos.
¿Por qué, entonces, los perros de Colón no ladraban?
Lo lamento, lector o lectora. Vas a tener que esperar a la próxima entrega para saberlo. Existe una respuesta, y es brillante, pero no puedo revelarla todavía. Si al leer al texto ya pudiste deducirla, te invito a que intentes resolver el misterio proponiendo tu propia hipótesis.
Me gustaría, sin embargo, finalizar el newsletter diciendo que la conquista de América fue cruenta no sólo por las vidas humanas que tomó, sino porque redujo la cantidad de universos posibles.
Hoy sabemos que en uno de ellos había perros silenciosos.