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Te doy la bienvenida a Smilodon’t, un newsletter que te brinda cuatro definiciones para no-entender la cultura.
Hace poco, mientras daba una charla sobre los orígenes del ser humano, me preguntaron qué era la cultura, y en qué momento de la evolución había aparecido. Cabe decir, lector o lectora, que en aquel momento no tuve una respuesta, ni quise inventarla sobre la marcha.
Podría haber contestado algo así como «son todos los comportamientos, prácticas, creencias, valores, normas, conocimientos y símbolos compartidos por un grupo» y, tras un breve momento de silencio, seguir con otro tema.
El problema de esta definición es que, a pesar de su aparente solidez, nos sabe a poco. Quizás sea una forma cuidadosa de lograr una definición sin temor a equivocarnos, pero comete un pecado imperdonable en la ciencia, que es dar por cerrado un tema que está demasiado lejos de resolverse.
En un capítulo de Community (una serie absurda, pero de culto) el profesor de antropología sostiene que sus clases se pueden ver películas o sencillamente no hacer nada, a razón de que la antropología es el estudio de la cultura, y la cultura lo es todo. Lo creas o no, esa es la definición más común. A principios del siglo XX, Malinowski decía que la cultura en las islas Trobriand se expresaba en todas sus actividades de sus habitantes: la recolección, la pesca, la construcción de canoas, el comercio y los juegos.
Algo similar es sostenido por cada uno de nosotros cotidianamente, cuando decimos cosas como «los uruguayos tienen una cultura diferente a la nuestra», «ya no existe la cultura del trabajo», «el tema con el dólar es más que nada cultural», entre otros comentarios. Dicho de forma un tanto satírica, terminamos haciendo un razonamiento como el siguiente:
«Tal cultura es así por su cultura».
Y, claro está, decir esto parece fácil cuando observamos imágenes de algún tipo de ritual en Nueva Guinea donde las personas llevan máscaras hechas de hojas de árboles y bailan, pero parece un reduccionismo cuando lo utilizamos para hablar de gente como uno. El problema, sin embargo, no es la cercanía, sino la definición. Porque si la cultura es todo, y todo es cultural, entonces nada lo es.
Figuras Duk-Duk, una sociedad secreta de los pueblos Tolai de Nueva Guinea.
Etimológicamente, cultura deriva del latín cultus que significa «cultivo» o «cuidado». En la antigua Roma, cultura hacía referencia al cultivo de la tierra, y también al cultivo del espíritu y del intelecto, como cuando Cicerón emplea la frase cultura animi (cultivo del alma) en referencia al refinamiento del carácter y las facultades humanas a través del conocimiento. Esta metáfora sugiere que la cultura es un proceso activo que requiere esfuerzo, dedicación y cuidado y que, por demás, implica la transformación de lo natural en algo moldeado por la intención humana.
Siguiendo con este razonamiento, en ocasiones se ha sugerido que la cultura es el extremo opuesto de la biología. En otras palabras, nacemos como seres biológicos, y nos convertimos en seres culturales en la medida que salimos al mundo exterior e interactuamos con otros.
Y, sin embargo, esto no tiene sentido, porque cultura y biología no actúan separadamente. Ya Lévi-Strauss mencionó que la cultura no espera a que nazcamos para intervenir en nuestro repertorio biológico. Si, por ejemplo, en la etapa de embarazo una mujer elige determinada alimentación en lugar de otra, la falta o exceso de ciertos nutrientes puede activar o desactivar genes en el bebé, un fenómeno conocido como epigenética. Las decisiones culturales durante en el embarazo pueden influir en la biología de la cría de manera significativa, afectando su desarrollo físico, emocional o genético. Dicho de otro modo, la cultura comienza a hacernos cosas bastante antes de que nazcamos.
Por otro lado, la propia evolución biológica no distingue entre biología y cultura. Nuestro sistema nervioso central se desarrolló, al fin y al cabo, a partir de nuestras necesidades culturales. La necesidad, por ejemplo, de interpretar las expresiones faciales y los gestos de otros humanos es, probablemente, la responsable de que en los últimos miles de años la concentración de conos de fóvea en el ojo humano aumentara, permitiéndonos prestar mayor atención a los detalles y a la sensibilidad del movimiento.
Ejemplos como este hay miles. Al crear las primeras herramientas –la industria Olduvayense de África–, pudimos cortar y trozar nuestros alimentos con mayor facilidad, y ello fue en detrimento del desarrollo de los dientes caninos, heredados de nuestros antepasados. Así pues, una adquisición cultural afectó nuestro desarrollo biológico. Pero la evolución no los distingue, sólo nosotros lo hacemos.
Y, claro está, eso complica búsqueda de una definición.
Autores como Wagner han llegado a decir que la cultura, sencillamente, no existe. El concepto de cultura, más que una realidad tangible, concreta y fija, funciona como una suerte de herramienta conceptual. Cada sociedad, al observar a otras, crea o inventa «culturas» como una manera de interpretarse a sí misma y estructurar las diferencias. Es lo que los romanos hacían con los bárbaros, pensados como diferentes a razón de ser opuestos a ellos, o lo que los medios de comunicación intentan decir cuando fogonean la idea de que ya no existe la cultura del trabajo. La cultura sería, para Wagner, algo que «inventamos» al intentar entender y clasificar a los otros y a nosotros mismos.
Yo, sin embargo, creo que sí existe. Tal vez, efectivamente, no se trate de algo tangible, del mismo modo que el inconsciente de Freud tampoco lo es. Creo que la cultura es, al fin y al cabo, el nombre que le damos a un tipo específico de pregunta: ¿por qué los seres humanos somos distintos unos de otros?
Y la respuesta no está en una palabra, sino en miles.
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Qué lindo análisis, me hace pensar cómo el termino cultura es, en muchas ocasiones, utilizado como sello, o mejor dicho, cómo tapón que no permite derramar el contenido en sí, justificando comportamientos, acciones, patrones de conducta e incluso eso que llamamos tradiciones, por ejemplo en x lugar las niñas son forzadas a casarse... bueno es cultural.