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Te doy la bienvenida a Smilodon’t, un newsletter que, esta vez, se dedica a examinar cómo evoluciona la humanidad cuando duerme.
El libro de Génesis nos revela la historia de José, undécimo hijo de Jacob que, debido a su habilidad para interpretar los sueños y predecir qué iba a suceder en el futuro, se convierte en el consejero más importante del faraón. Aparentemente, el faraón tenía dos sueños recurrentes cuyo significado era para todos desconocido, y que incluían visiones de siete vacas flacas y siete vacas robustas. José interpretó esto como una advertencia de que habría siete años de abundancia seguidos por siete años de hambre en Egipto, aconsejándole al faraón que almacenara grano durante los años de fertilidad para sobrevivir al hambre.
La mayoría de las sociedades antiguas contaban con especialistas en la interpretación de los sueños. Los egipcios tenían a los sacerdotes llamados magi, especialistas en interpretación, y además construían templos de incubación de sueños, con la esperanza de recibir visiones proféticas o curativas. Los griegos, por su parte, utilizaban los sueños como forma de recibir mensajes de los dioses, y conocido para todos es el accionar el Oráculo de Delfos. Finalmente, los romanos contaban con augures, que eran consultados antes de tomar decisiones importantes, y durante el Imperio llegó a escribirse Oneirocritica, de Artemidoro de Daldis, una guía detallada de la interpretación de sueños.
La vida contemporánea, empero, ha relegado ampliamente al mundo de los sueños. A excepción de Freud y el psicoanálisis, que buscó explicar las visiones presentes durante la noche como expresiones del inconsciente, pareciera que, para nuestro mundo actual, lo que soñamos es meramente anecdótico. Esto resulta llamativo, si tenemos en cuenta que pasamos un tercio de la vida durmiendo y, ya sea que lo recordemos o no, durante ese tiempo, la mayor parte estamos proyectando secuencias en nuestra mente de forma involuntaria.
¿Qué dicen esas imágenes acerca de quiénes somos? ¿Pueden los sueños ayudarnos a entender qué son los humanos?
Quizás sí. Después de todo, nuestra humanidad se constituyó tanto de día como de noche, y es probable que los sueños hayan tenido un papel importante en la configuración de nuestra especie y en el desarrollo de nuestra cultura.
Podrás objetar, lector o lectora, con mucha razón, que soñar no es exclusivo de los humanos y que, de hecho, no sólo la mayoría de los mamíferos, sino también algunas aves, presentan fases de sueño REM (es decir, la fase de movimientos oculares rápidos, en la cual se sueña vívidamente). Y, al hacerlo, tendrías razón. La capacidad de soñar no es exclusiva de los humanos. Sin embargo, pareciera que durante la evolución hemos introducido una serie de particularidades que nos transformaron, por así decirlo, en una especie soñadora.
La primera de ellas es que los homínidos tenemos una mayor proporción de sueño REM que el resto de los animales. Esta fase del sueño es vital para el desarrollo del aprendizaje y la memoria: una serie de estudios ha demostrado que, si las personas son privadas del sueño REM, no logran recordar lo que se les enseñó antes de irse a dormir.
Más o menos hace 3 millones de años, cuando el género Homo hacía su aparición, nuestra masa corporal aumentó considerablemente, volviéndonos demasiado pesados para seguir durmiendo en las ramas como lo habíamos hecho desde hace 65 millones de años. Esto provocó un cambio en la posición de dormir porque comenzamos a descansar en el suelo, donde no existía peligro de caída, lo cual desligó al cerebro de la responsabilidad de mantener el equilibrio al tiempo que descansaba. Obviamente, se debieron sortear otros problemas, como crear espacios y hogares más resguardados y seguros para evitar, entre otras cosas, el despertarse continuamente a causa del viento, la lluvia o el frío.
Al estar más descansados, los cerebros de nuestros antepasados comenzaron a funcionar de manera más efectiva. La duración y la ininterrupción del sueño potenció la fase REM, cuya característica principal es su sorprendente calidad imaginativa, ya que recibe señales al azar relacionadas con sucesos acontecidos durante el día, pero busca encontrarles el sentido a partir de crear una coherencia, identificando protagonistas, escenarios y temáticas centrales.
Esta transformación, sin lugar a duda, afectó la vida diurna. El aumento de la fase REM permitió no sólo fijar conocimientos y vislumbrar la coherencia de eventos que parecían aleatorios, sino que también habría permitido la reflexión y la conversación con otros acerca de lo que se soñó. Después de todo, en el relato que conté el principio el faraón sueña, pero es José quien interpreta, y son muchas personas las que otorgan legitimidad a su versión de las cosas.
Durante el Pleistoceno, el sueño podría haber constituido una ventaja evolutiva. Hay quienes sugieren que durante la fase REM el cerebro actúa como una suerte de simulador de amenazas, planteándonos escenarios de peligro basados en «piezas» de nuestra vida cotidiana para poner a prueba cómo reaccionaríamos. Quizás, los humanos prehistóricos soñaban repetidamente con ser perseguidos por mamuts, de la misma manera que vos y yo soñamos que nos va a ir mal en un parcial, o que alguien se nos deja de hablar o se nos declara, entre otras experiencias comunes. No se trata de que en cada sueño se nos juegue la vida (quizás en el Pleistoceno fue así, no lo sé) sino, más bien, que el cerebro nos propone escenarios que, de alguna forma u otra, nos movilizan en términos emocionales y nos anticipan, de alguna forma, experiencias hipotéticas no del todo inverosímiles.
Podría suponerse, de acuerdo con esto último, que cada quien sueña situaciones particulares de acuerdo con sus sentimientos y preocupaciones. Sin embargo, tal como señaló Jung, los sueños revelan la existencia de experiencias oníricas colectivas.
Vamos con un ejemplo. En Tassili, Argelia, se ha hallado una pintura rupestre de 10.000 años de antigüedad, en la cual aparece una persona flotando en el espacio, por encima de otras representaciones, sin tener alas y sin encontrarse rodeada por fauna acuática. Según algunas interpretaciones, esto coincide con el famoso sueño de volar que todos hemos tenido, que siempre es sin alas se parece más bien a nadar por el aire (quizás, porque la experiencia de volar como los pájaros nos resulta completamente ajena), desafiando la gravedad terrestre.
«El Nadador» de Tassili n’Ajjer, desierto del Sahara, 10.000 años antes del Presente.
¿Se trata de un sueño universal con una base biológica, común para todos los seres humanos, que deseamos superar los límites impuestos por nuestra naturaleza terrestre? Quién sabe. Resulta interesante pensar que, a pesar de cómo cambian los contextos y las situaciones que rodean al deseo de volar en distintos periodos históricos y culturales, el tema central del sueño se mantiene inalterable.
Otra experiencia onírica colectiva es el soñar con personas que han partido del mundo terrestre. Aún cuando podría argumentarse que se trata simplemente de proyecciones de nuestro cerebro, no es irrazonable sugerir que quizás fue este tipo de sueño el que llevó a las personas a pensar, por primera vez, en la existencia de un mundo más allá o bien, de la existencia de un alma o consciencia separada de la vida terrenal. Tanto Heródoto como Pausanias y Cicerón escribieron sobre los muertos que aparecen en sueños, y lo consideraban ya como una temática universal. Ejemplos que van desde el Chaco hasta Siberia parecieran confirmarlo.
¿Cuántos de nuestros sentidos comunes debemos a los sueños? Es imposible decirlo. Está claro que en el sueño aparecieron, por primera vez, las imágenes, mucho antes de que existieran las artes visuales. Hay quienes sugieren, para el caso, que el arte paleolítico habría sido la consecuencia de pintar en las cuevas lo que primero habría existido en el mundo de las visiones nocturnas.
Lo interesante es cómo la ciencia y aquello que consideraríamos construcción mítica o antigua se conectan. Para muchas sociedades antiguas, los dioses, que vivían en una temporalidad alternativa (lo que los mexicas llamarían el mundo del allá-entonces, en otro tiempo y espacio), se presentaron a los humanos por primera vez en sueños. La ciencia demuestra, por su lado —y esto aparece bastante bien ilustrado en la película El Origen— que los sueños tienen una temporalidad alternativa, y que en los últimos 40 minutos de sueño experimentamos situaciones que parecieran durar horas.
Los sueños son, de este modo, la única forma disponible (por el momento) de acceder a realidades y temporalidades alternativas que, al fin y al cabo, no terminan de ser ajenas. Realidad diurna y nocturna se cruzan y, como dijera el escritor argentino Macedonio Fernández, no toda es vigilia la de los ojos abiertos.
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